Hasta siempre, Silvia!

En esta vida todo acaba.
Y es bueno que así sea.
Sería insoportable que las cosas duraran eternamente, por buenas que sean.
Ley de vida.
Remontémonos al pasado.
Primavera de 1999.
Yo estaba de director técnico en el UB Barça y me hablaron de una niña pequeñita de Montgat que lo hacía bien. 
Intenté informarme y me dijeron que sí, que estaba bien, pero que no tenía recorrido porque era demasiado bajita.
Sin embargo, la fichamos.
Temporada 2000-2001.
Entreno el infantil y empiezo a trabajar con ella.
Hacía ya varios años que entrenaba al máximo nivel y había tenido la oportunidad de dirigir jugadoras como Laura Antoja o Núria Martínez, entre otros.
Pero esa niña desprendía algo especial.
Entrenaba bien, pero, por encima de todo, miraba, observaba, devoraba información y aprendía.
Sí, siempre miraba.
Y percibía.
Intuía.
Sabía lo que pasaba en su entorno.
Podría contar mil y una anécdotas de ella.
Pero, para ser breve, diría que tenía una virtud que, en el día a día, y creo que más aún en el mundo profesional, se ve poco: empatía.
Silvia (sí, porque hablo de Silvia Domínguez) siempre sabía qué tocaba decir o hacer.
Siempre sabía quién necesita alguna palabra, algún gesto o algo de compañía.
Sabía lo que les hacía falta a sus compañeras (y a su equipo) para avanzar y poder superar los retos que debían afrontar.
En definitiva, lideraba.
Lideraba desde el ejemplo.
La temporada fue preciosa, el equipo progresó y lo ganó todo en Cataluña.
El Campeonato de España fue intenso, pero positivo hasta llegar a la final.
Ese día nos quedamos atascados.
Tenerife tenía un muy buen equipo y no había manera de superarlas…
Es en estos momentos cuando aparecen los jugadores especiales.
Y Silvia lo era.
Quedamos campeones de España porque ella se acercó al banquillo (recordemos que tenía 14 años) y me dijo: “no conseguimos desenacallar el partido”.
La miré y le dije: "Ahora te toca a ti".
Y así fue.
Casi siempre había estado en un rol secundario en cuanto a anotación porque le bastaba con dirigir el equipo, pero en ese momento vio que el equipo la necesitaba e hizo lo que correspondía.
Hasta ese día, el equipo había salido adelante sin su anotación.
Ese día el equipo necesitaba sus puntos… y los hizo.
Y definió claramente qué era un base-líder…
Un base, ese “bicho raro” que, en los últimos años, se está perdiendo por el camino, pero que es tan importante en este, nuestro deporte.
Se fue haciendo mayor y ya no volví a tener el privilegio de entrenarla, aunque la sufrí como rival en su etapa en Estudiantes.
Y esa niña pequeñita, pero con un corazón inmenso y una mentalidad especial, siguió trabajando e hizo carrera.
¡Y qué carrera!
Demostró que sin un gran físico, pero con mentalidad, ilusión, esfuerzo y constancia se pueden conseguir retos que quizás nadie piensa que pueden lograrse.
Silvia ha sido ejemplo para todas aquellas compañeras que han tenido el privilegio de compartir vestuario con ella.
Pero también fue una ayuda inestimable para sus entrenadores.
En definitiva, ha tenido una carrera larga y difícilmente igualable.
Y, ahora, ha decidido dejar el baloncesto como jugadora profesional.
Aquellos que amamos el baloncesto, especialmente el femenino, sólo podemos hacer dos cosas: aplaudir su trayectoria y decir bien alto y fuerte: GRACIAS, SILVIA. GRACIAS POR TODO

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